Hola a
tod@s.
He decidido inaugurar un espacio para todos mis relatos que algún día obtuvieron una mención o
fueron galardonados en distintos certámenes literarios y que no vieron la luz o se publicaron en revistas literarias. Me ha parecido una buena idea darlos
a conocer en mi blog. Qué mejor sitio que su casa. Así tendrán una segunda oportunidad
de llegar al lector.
Hoy os
traigo un relato que obtuvo el primer premio en el Certamen
Literario «Mujeres fuenlabreñas 2006». Lo publicaron en la revista Miradas de igualdad.
Espero que
lo disfrutéis.
Senderos de vida
En la primera
planta de la Maternidad Nuestra Señora de Atocha, el olor aséptico se mezclaba
con el perfume a lilas que solía utilizar la nueva voluntaria. Cuando llegaba,
lo primero que hacía era subir las persianas. Lo realizaba mientras arrastraba
una tonadilla de las de moda, sin importarle si alguna de las mujeres de la
sala estaba de acuerdo con la letra de su canción. Después, se plantaba en
medio de la habitación de seis camas, daba cuatro palmadas y decía a voz en
grito: «¡A despabilarse señoras…!» Comenzaban a entrar las monjitas con sus
teteras de aluminio llenas de agua caliente y sus bacinillas. Te despojaban de
las sábanas y con una manopla de tela comenzaban a asearte. Nos lavaban a
todas, menos a la nueva, a la cual lanzaban una mirada cargada de resquemor —o eso me parecía a mí—, luego se
despedían con un: «Hasta mañana, que tengan un buen día y disfruten de sus
hijos…» Más tarde, llegaban las chicas de la limpieza con sus delantalitos de
rayas y sus conversaciones a media voz. Traían noticias de fuera, de si el pan
cada día estaba más caro, de las peleas con sus novios, de cuánto había tardado
esa mañana el tranvía… y poco a poco te ibas enterando de cómo, sin ti, Madrid seguía
moviéndose. Era entonces cuando cerraban las ventanas y servían los desayunos.
A esas alturas, te habías quedado como un carámbano. Decían que el frío era
bueno para no tener hemorragias.
La hora más
deseada eran las diez de la mañana. El momento en que traían a los bebés. También
era la peor para mí. Contemplaba cómo se les encendía una luz en el semblante y
les brillaban los ojos de alegría al ver a sus retoños. Yo examinaba sus
rostros, sus miradas y escuchaba las palabras dulces y arrulladoras cuando les
acercaban al pecho para amamantarlos. Debo reconocer que sentía envidia sana.
Las envidiaba por tener entre los brazos lo que yo más ansiaba. A veces, alguna
de ellas —las que se encontraban mejor y ya iban a
ser dadas de alta—, me acercaba a sus hijos y me dejaban
experimentar por unos minutos la alegría de sentir su peso en mi regazo. Un ser
diminuto, de carita redonda y sonrosada; un pedacito de cielo. La sensación era
efímera, pues al poco, la madre me lo arrancaba de los brazos para llevárselo y
la tristeza me embargaba por completo.
Hacía un mes
que estaba ingresada. Un mes que me habían arrancado el alma, que estaba hueca,
vacía por dentro; que observaba la felicidad de otras y rumiaba mi pena y mi
amargura en soledad. Estaba sola, sin familia y con un marido al cual daban por
desaparecido. La guerra hacía varios meses que había terminado y no tenía
noticias suyas. En mi interior sabía que jamás volvería a verlo, que estaría
muerto, enterrado en cualquier fosa común y si no lo estaba y le habían hecho
preso; daba por segura su muerte.
La nueva
estuvo llorando toda la noche. Era muy niña. Por más que llamó a las
enfermeras, no acudieron. También ella estuvo sola todo el día, nadie vino a
visitarla. La observaba en la semioscuridad retorcerse con terribles bascas y
tiritar de pies a cabeza. Sollozaba quedamente, sin emitir sonido alguno, tan
sólo un hipo ahogado y el sorber de su nariz bajo las sábanas. Me levanté de la
cama y me acerqué a la suya. Ella dio un respingo y me miró con los ojos
vidriosos y la mirada quebrada.
—¿Te duele mucho? —pregunté
entre susurros.
—Márchate… ¡vete! —me contestó
en tono imperante, pero apagado.
—No, no voy a irme —dije resuelta—. Sé que estás muerta de dolores. Voy a llamar.
Tomé el
llamador de la cama más próxima, pero ella me agarró de la bata.
—No llames —no era una
orden, era más una súplica—, no quiero
que te regañen, ni tampoco que las demás se despierten.
Me senté en
una silla que había al lado de su cabecera. La tenue luz de la sala confería a
su rostro un cuadro de sombras que insinuaban un rostro demacrado y marchito. Habló
más bajo.
—Me odian, lo sé.
No respondí,
dejé que hablara. Algo dentro de mí me decía que lo necesitaba tanto como el
aire que respiraba.
—Las monjas, las enfermeras; hasta las voluntarias, todas ellas
están aquí para recordarme a cada minuto… lo que hice. Hasta tú me condenas,
pero finges que te doy lástima.
Negué con la
cabeza. No entendía nada de lo que estaba diciendo. Sus palabras estaban
cargadas de amargura. Palabras demasiado fuertes para una muchacha de su edad. Ella
siguió hablando con el aliento entrecortado.
—Seguro que eres una de esas señoritingas estiradas que tiene más
dinero que pesa y se las da de buena samaritana, pero en el fondo tú también me
odias.
—No te odio, ¿cómo podría hacerlo si ni siquiera te conozco?
—Ellas tampoco me conocen, pero me juzgan… me hacen el vacío, lo
hacen para asegurarse que sufro, que me retuerzo, que con cada gota de mi
sangre se escape mi vida a borbotones… quieren que no olvide nunca lo que hice.
Se desvaneció
al terminar la frase. Yo me asusté y llamé al timbre de la cama vecina. Al poco
apareció una enfermera, frunció el ceño, le tomó el pulso y retiró las sábanas.
Una gran mancha de sangre cubría gran parte de la bajera.
—Tiene mucha hemorragia —dije
horrorizada.
—¡Cómo no va a tenerla si está abortando! —soltó de malos modos—. ¡Si no se
hubiera bebido las hierbas de la curandera, no estaría ahora desangrándose!
¡Encima, va a tener suerte la muy pelleja!
«Suerte… —pensé— ¿qué suerte
podría tener si se le escapaba la vida entre las piernas?»
—Acuéstese, señora. Voy a llamar al cirujano de guardia para que le
haga un legrado.
Me lanzó una
mirada cargada de resquemor. Tardaron bastante en llevársela al quirófano. Pasé
el resto de la noche despierta, dándole vueltas al comentario de la enfermera.
Al medio día
trajeron a la muchacha. Se pasó toda la tarde y gran parte de la noche
durmiendo a causa de la anestesia. Una de las enfermeras me dijo que le habían
tenido que extirpar el útero. Una sensación de impotencia se apoderó de mí. Aquella
chiquilla y yo teníamos un destino común; jamás podríamos ser madres. Ninguna
de las dos sentiríamos en nuestro seno el aleteo de la vida.
Al día
siguiente despertó con grandes dolores. Esta vez, la enfermera de turno le puso
una inyección.
A la hora de
la visita me senté junto a ella.
—Gracias —dijo a media
voz—. Gracias por todo.
—Cualquiera hubiera hecho lo mismo.
—Creí que sabías…
—No, me lo dijeron después.
El silencio
se instaló por unos segundos entre las dos. En la sala se escuchaban las risas
de felicidad y los comentarios de padres y familiares.
—¿Cómo te llamas? —pregunté.
—Teresa.
—Yo, Elena.
Teresa me
contó parte de su vida. Una muchacha de quince años que se queda huérfana,
llega huyendo del hambre de una posguerra a la gran ciudad y entra a servir en casa
de una familia acomodada. Una noche, el hijo mayor irrumpe en su habitación y
la viola. No dice nada. Tiene miedo y aguanta una y otra vez que abuse de ella.
Cuando se entera de que está embarazada, lo comenta con otra de las criadas. Le
aconseja que aborte. Le presta dinero y le da unas señas. Según sus propias
palabras, no le quedó otra alternativa. No podía tener al niño cuando ella
misma todavía era una cría.
Mi historia
es muy distinta a la de Teresa. Yo quería tener a mi bebé. Nació muerto después
de debatirme, durante semanas, con una gran infección. Lo quería sin conocer su
sexo, sin conocer su rostro ni su voz. Lo deseaba sin condiciones y más que a
mi propia vida, pero también era egoísta; yo quería algo a cambio: que llenara el
vacío de mi existencia y que me amara sin condiciones.
Me dieron el
alta a la semana de aquello. Teresa tardaría algún tiempo en salir. Iría a
verla todos los días y después, vendría a vivir conmigo. Tendría una hija. Una
niña. Ella tendría una madre. Nos necesitábamos la una a la otra. No nos unirían
los lazos de la sangre pero sí un destino común: nuestro destino y lo
escribiríamos en las páginas en blanco de nuestra existencia.
A veces, el
río de la vida lleva el curso establecido por su cuenca natural; otras se
desborda y toma caminos hasta entonces inexistentes pero siempre llega hasta el
mar. Las decisiones son el timón de nuestra vida, de tomarlas depende el camino
a seguir. Si es o no el correcto, el tiempo lo decide y la experiencia
rectifica algunos errores.
Yo encontré mi
sendero.
© Luisa Ferro
Las crueldades de antes...
ResponderEliminarCuánta tortura en honor a las supersticiones o a las incultura.
Madrid y el mundo sigue funcionando, aunque te mueras de frío, calor o tristeza.
Al parecer encontraron ambas el sendero. Al menos se acompañarían una a otra y seguirían subsistiendo.
Has hecho bien en "orear" tus premios o menciones o satisfacciones o...
Besos
Hola, Trini.
EliminarLa vida de las mujeres de aquella época era sumamente difícil. Bien está darles este pequeño tributo a través de mis escritos. Después de la guerra se ahijaron muchos niños y niñas desvalidos y huérfanos. Me consta que llegaron a formar verdaderas familias.
Pues hacía tiempo que me rondaba la idea de sacar a la luz estos relatos premiados. Es lo bueno que tienen las historias, que son eternas. Siempre que alguien las lea vuelven a la vida con la misma fuerza que cuando fueron escritas.
Muchas gracias y un beso muy fuerte.
Hola Luisa
ResponderEliminarMuy buen relato. Lógico que ganara el certamen. Aciertos son: la descripción del ambiente, la existencia, en una narración tan corta, de su parte de intriga, por saber qué le pasaba a la chica y por qué la rechazaban tanto. Y por último, un final feliz sorprendente.
¡A publicar el siguiente relato! :-)
Un saludo.
Juan.
Hola, Juan.
EliminarGracias por tus comentarios.;)
Me encanta crear ambiente y atmósfera en mis escritos. Hay épocas especiales con las que me siento más cómoda a la hora de escribir. Esta es una de ellas, y no precisamente porque fuese buena. Al contrario. Creo que las historias nos eligen.
Pues tengo unos cuantos relatillos que mostraros todavía, jejejeje. No lo dudes que lo haré.:)
Un saludo.
Merecido premio, Luisa, por supuesto que sí.
ResponderEliminarHaces bien en asomar tus relatos premiados. Puede que sean tus mayores tesoros; esos que traspasan tus hojas y son bien recibidos por los demás dándoles la categoría de premio.
Has contado una historia dura y tierna a la vez. De madres necesitadas de serlo e hijas necesitadas de madre. El final deja un poso de esperanza: todo no está perdido cuando aparece el cariño y se da a los demás.
Bravo, maestra.
Un abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.
Hola, Mos.
EliminarGracias, compi. Celebro que te haya gustado.
Pues sí, creo que de esta manera tienen algo más de vida mis peques.;) Me da un poco de pena que queden en el olvido.
En cuanto a lo de lo de las letras de los comentarios entiendo que haya personas que lo vean pelín pesado o engorroso, pero si está así configurado es precisamente para que yo no tenga que soportar spam (comentarios basura). Si lo quito me veré obligada a tener que introducir la “moderación de comentarios” para cribarlos (no puedo hacerlo de otra manera en este blog). Para mí sería una pesadez suprema. Tú la tienes activada y no tienes problema porque ves todos los comentarios antes de que aparezcan en tu blog. Yo no quisiera tener que hacerlo. Te agradezco la molestia que te has tomado con las explicaciones. Gracias por ello, compi. Lo siento. Si a alguien le supone mucha molestia, entenderé que no comente. Comprensión total, faltaría más. Conmigo no tienes problema, hay confianza. Me conformo con que me leas, guapetón :-)
Un besazo.
Luisa, por fa, quita esto de tener que reconocer letras para poder fijar el comentario. Es un coñazo cada vez tener que indagar qué tetras son. Te asesoro cómo hacerlo. Seguro que todos te lo agradeceremos. Yo hace tiempo que lo anulé en mi blog.
ResponderEliminarGracias, guapetona.
Mos.
CÓMO SUPRIMIR LAS LETRAS DE VERIFICACIÓN DE COMENTARIOS:
Interfaz antigua: Cómo hacerlo: Vas a Diseño> Configuración> Comentarios> Mostrar verificación de la palabra para comentarios> pincha NO. Y no te olvides de, un poco más abajo, Guardar configuración.
Interfaz nueva: Cómo hacerlo: Primero hay que pasar a la antigua. En la nueva no está habilitada la opción se suprimir esas letras.
En la interfaz nueva: Vas a Diseño, en la parte superior derecha verás una rueda dentada al lado de la palabra Español y debajo de tu fotografía o perfil, la pinchas y aparecen varias opciones, pinchas la que pone: Interface anterior de Blogger, y aparece el antiguo escritorio. Pinchas Configuración> Comentarios> Mostrar verificación de la palabra para comentarios> pincha NO. Y no te olvides de, un poco más abajo, Guardar configuración.
Después si quieres volver a la nueva debes pinchar en tu escritorio: Probar la interfaz actualizada de Blogger.
Hola, Luisa, pues no veas como me alegro que hayas decidido rescatar estos relatos premiados, será un lujo leerlos aquí en tu blog.
ResponderEliminarMe ha encantado, Luisa, ágil, fresco y muy bien escrito. El premio tenía que ser tuyo.
Será por la época que tan bien describes, pero he pensado: ¡qué buena historia para aquellos seriales que daban antes en la radio! Y que a mí me encantaba escuchar.
Un abrazo, Luisa.
Hola, Tesa.
EliminarPues más me alegro yo de que te haya gustado la idea. La verdad es que si no los publicara por aquí, no los volvería a leer nadie. Y me daba mucha pena porque son historias con un mensaje social, bastante duras pero no exentas de esperanza.
Yo no he oído nunca un serial radiofónico, pero me han hablado mucho de ellos las mujeres de mi familia. A ellas les pirraban. Estoy segura que a mí también me encantarían. Eso fijo.
Gracias y un abrazote.
Luisa: lo primero que hago hoy, después de desayunar, es venir a leerte casi con ansia, je, je. Anoche estaba que me caía y tú mereces ser leída con la frescura de la mañana y con el ánimo que se le pone a esas cosa que gustan mucho, como tus historias, francas, emotivas hasta la médula y muy bien narradas...
ResponderEliminarDesde que te conocí (por tus 'Bragas', léase título micro ;)) no ha habido ni una sola de tus narraciones que no me haya enganchado, ¡ni una sola!(mira que eso es difícil en un mundillo infestado de petardos, jejeje...) Por eso espero con una ilusión especial tu novela, ya lo sabes.
Y esto, en cuanto a la parte técnica de mi comentario hacia este relato. Permíteme que el asunto emocional lo comparta contigo por correo... sólo te diré, para abrir boca, que si llego a leer esta historia hace doce años, inundo mi salón ;(
Oye, enhorabuena por esta iniciativa para compartir tus perlitas con nosotros; ¡no sabes lo que me alegro! pues vamos a disfrutar de lo lindo :)
Besotes, preciosa.
PSD: Por cierto, a mi no me importa lo de verificar palabras, creo que es una buena medida para quitarte a los 'robots' y sus publicidades. Yo lo tenía y una seguidora también me pidió que lo quitara, lo hice a cambio de moderar los comentarios para evitar a los roboticos como te digo. Los robots siguen entrando, pero no los publico, jejeje... Son opciones y cada uno elige lo que mejor le va...
Más besos.
Hola, Mar.
EliminarPues yo me alegro un montón de que mis historias te enganchen todas. Con esa idea las escribo, no creas, jajajaja. Ahora en serio: me encanta que te gusten. Creo que mi novela conseguirá engancharte igual. Está llena de senderos de vida, de pasión, de dureza, de ternura, de humanidad… La vida misma, Mar, ya lo verás.;) Pero bueno, que me embalo… qué voy a decir yo de La piel del invierno…
En cuanto a lo de la verificación de los comentarios, a mí me va bien como está. No quiero estar pendiente de los spam, que yo siempre ando muy liada.;)
Muchas gracias por leerme y por tus cálidas palabras, guapísima.
Un requetebeso.
Apreciada Luisa:
ResponderEliminarLa verdad, no me extraña que te dieran un premio por este relato. Es conmovedor, entras en la psicología de las dos mujeres, de sus miedos, de sus anhelos, llevas al lector por un panorama de desolación dónde se intuye un rayo esperanzador en el horizonte. Mi admiración.
Hola, Lola.
EliminarGracias por tus palabras.
Transmitir sentimientos es lo más grande que tiene la escritura. Para mí es algo maravilloso comprobar que os llega cada uno de los mensajes que he querido plasmar. Eran tiempos duros aquellos, pero hay historias que son atemporales, que conservan la esencia más allá de la época marcada en el relato.
La admiración es mutua, Lola. Ya lo sabes. ;) Un beso muy fuerte.
Tu relato es un gran homenaje a los valores, por encima de los prejuicios y la hipocresía de la gente de la época. ¡Me ha gustado mucho Luisa!
ResponderEliminarBesos
Hola, Gemelas.
EliminarMe alegro un montón de veros por aquí.
Creo que el hándicap de cualquier sociedad es precisamente la hipocresía. Es ella y no otra la que trae consigo los perjuicios, la injusticia y la denigración de otro ser humano. Si a esto se le suma un férreo control político, tenemos un cóctel difícil de combatir para cualquier convivencia que se precie. Y no creas, tal vez la época no sea la misma pero sí la hipocresía. Por desgracia esa sigue creciendo y se multiplica como una cucaracha en un vertedero. Pero menos mal que siempre existieron y existirán personas que están por encima de esas premisas. Mujeres y hombres valientes que no miran para otro lado.
Gracias y un par de besos.