19 de mayo de 2010

EL BURRO DEL TÍO FLORO

A la memoria de Rafael Cabañas San Antonio, uno de los hombres más buenos y honrados con el que tuve la suerte de toparme. Que allá donde esté le reciban como se merece.




Nada como Madrid. Miles de almas cobijadas bajo el mismo techo de estrellas. Un techo al que llaman cielo. El cielo de Madrid. Aquel que se derrama sobre sus edificios históricos y sus barrios más castizos.


Embajadores despierta a un nuevo día en una atmósfera de pavesa, y despunta en los aleros de escarcha diamantina. Su aroma es el que desgrama la leña y el carbón de coz y su sonido el vocerío de los patios y las largas colas al retrete comunitario. Un aderezo de chiquillos repeinados y mocos colgando, de mujeres baldeando ropa en los lavaderos y la copla que acompaña a la cocinera de la taberna de la esquina. La taberna. Centro neurálgico del barrio. Corazón que late a ritmo de sus habitantes y que junto con el único aparato de radio de la manzana, reúnen a los parroquianos en su núcleo.


Don Pascual y doña Concha, son los que regentan el bar. Ella es la patrona con más arte culinario de la zona. Ya de madrugada, cuando todavía los gorriones no han comenzado con su algarabía y las telarañas de la neblina no se han despegado de los balcones cenicientos, ella irrumpe como el tranvía que recorre la calle Delicias: con sombrero de flores y la cesta cargada de pescados y verduras. Su especialidad; la sangre encebollada, y digo sangre sin especificar si es de cerdo o de cordero, por que le da igual. La prepara con finas y transparentes tajadas de cebolla y un poco de tomate. Fetén, que diría cualquier gato. Y es que, no nos olvidemos que estamos hablando del año cuarenta y seis. En el qué hasta las castañas asadas; saben a jamón de jabugo lentamente horneadas en picón de encina. La señora Concha llena los ojos a los parroquianos con sus raciones de oreja, de callos y pajaritos fritos, todas en hilera sobre un mostrador inmaculado. Pascual, sirve los chatos de vino y te pone una tapa de lo que más rabia le dé en ese momento. Pero lo qué más pide la gente, es la sangre con cebolla. El encargado de traerla es Rafael, el muchacho del quinto exterior izquierda, del cual echan mano tres veces en semana para ayudarles. Él va al matadero; lunes, miércoles y viernes. No queda lejos, en Legazpi. Lleva de cada mano unas latas de pintura vacías y bien lavadas, a la que ha colocado unas cuerdas para poderlas asir. Cuando llega del tranvía con los cubos llenos, los parroquianos siempre le vocean la misma cantinela: ¿Qué, ya vienes del matadero con la sangre del burro del tío Floro, al que arrolló el tren? Y se ríen a conciencia. Rafael les mira y cabecea, luego les contesta: Sí, ya me la han puesto toda, sin dejar ni una gota. Esos días hacen cola en la barra del bar, por que saben que una vez que Concha termine de cocinarla, se acabará en menos que tarda un cura en echar la bendición.


No siempre hay sangre en el matadero. A veces Rafael llega con las manos vacías. Hubo un mes, en el que no consiguió traerla ni un solo día y los vecinos se impacientaban ante tanta mala suerte. Don Román, uno de los traperos más opulentos de la zona, le dijo con los ojillos entrecerrados: ¡Cómo hoy no traigas sangre, ya veremos lo que te hago…! A él le temblaron las rodillas sólo de pensarlo.


Cuando llegó del degolladero no hizo falta preguntarle si la había conseguido. Bastaba con mirar el sudor de su frente y el andar dificultoso, para saber que venía bien cargado. No tardaron en lanzarle aquello de: ¿Ya vienes con la sangre del burro del tío Floro, al que arrolló el tren? Él cabeceó con una sonrisa y no contestó.


Más tarde, mientras discernía los rostros de satisfacción de los clientes al degustar tan ansiado manjar, acudían a su mente las palabras del matarife cuando horas antes estuvo en el matadero: No tenemos sangre, se la ha llevado toda uno de la Plaza de la Cebada, cómo no quieras la del burro que nos acaban de traer para sacrificarlo… y ante la visión del asno, completamente enflaquecido y sarnoso, Rafael dijo: Pórgamela toda, sin dejar ni una gota.



Copyright: Luisa Fernández

Foto extraída de Internet

14 comentarios:

  1. Caray que final!!! Lo de la sangre encebollada me ha dado cierto yuyo.
    Buen relato.
    Un beso

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  2. Gracias, Ana.
    Era un aperitivo muy típico de tascas y bares de la época. Aún hoy se sirve en algunos establecimientos, y también se cocina en casas particulares. Es sangre cuajada con cebolla. Muy rica, por cierto.

    Un beso fuerte

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  3. Luisa estupendo no veas la cara que ponia
    cuando le decian lo del burro y ahora el colmo
    que se lleba la sangre de un burro jejejejeje
    amiga fabuloso relato me a gustado mucho y ya
    te hechaba de menos saves que te vigilo jjejeje
    muchas gracias Luisa por los ratitos tan agradables que me das leyendo los relatos
    que tu imaginacion y tu inspiracion reflejan
    en tu escribir es todo un honor para mi
    Un fuerte abrazo y muchos besos para ti compañera

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  4. Hola Jose. He estado ausente unos cuantos días y me alegro que se me haya echado de menos.
    Este relato es verdad de principio a fin. Es verídico. En la época de la posguerra en la que está ambientado, se pasaba mucha hambre y se agudizaba el ingenio.
    Me alegro que te haya gustado.

    Muchos besos, majo.

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  5. Por cierto amiga se me olvidava
    en mi seccion de a quien estoy
    leyendo te puse a ti y como
    siempre te estoy leyendo pues hay
    te quedas en mi seccion jejejjee
    esta en la columna de mi blog
    aparte ya te enlaze ase tiempo
    muchos besitos...

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  6. Gracias, majo.
    Se agradecen tus consideraciones para conmigo. Yo también te tengo enlazado en "blogs de interés".

    Muchos besos, Jose.

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  7. Divino, Luisa. Hay qué ver la picaresca de postguerra lo que es capaz de hacer. Jo,jo, jo.
    Muy rica la sangre encebollada. Un plato de los años del hambre y las escaseces que todavía se puede degustar en algunos sitios típicos madrileños.
    Pero mejor tu relato costumbrista; donde se ve y se vive el Madrid de aquella época. Intuyo quién es aquel sufrido pero avispado Rafael.
    Buen homenaje y mejor escritura. (Como no podía ser de otra forma).
    Nos vemos pronto, maestra.
    Un abrazo de Mos desde su orilla que es la tuya.

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  8. Mos, este relato es tal como tú has dicho: costumbrista. A mí, después de los cuentos de terror, son con los que más disfruto. Me encanta ambientar la época y perderme en los detalles de un Madrid que ya casi no se puede ver sino en las películas.
    Muchas gracias por tu post en "Mos en la Orilla". Es un detallazo.

    Un beso muy fuerte, compi.

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  9. A veces, algunas veces "la realidad supera a la ficción" como sucede en este singular relato. Eres de un ingenio "que no se pué aguantá". Me gustan especialmente tus relatos cortos o hiprebreves de terror. Este no tiene desperdicio. Mi enhorabuena por las palabras tan sentidas de Mos en su blog. "Niña, tú vales mucho". Saludos

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  10. Hola, Cuentera.
    Tuve la suerte de escuchar esta historia de labios de su protagonista. Al igual que otras muchas suscitaron en mí cierta curiosidad y no pude resistirme a darle vida en estas páginas. Tengo una novela que habla de esa época, con multitud de anécdotas y momentos difíciles. El protagonista es un niño. Espero que algún día pueda ver la luz.

    Muchas gracias, guapa. Tú sí que vales. Mos es un buen amigo que me quiere mucho y lo hace patente cada día.

    Un beso muy fuerte, Indaluz.

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  11. final buenísimo, demoledor y forma de narrar que me recuerda a pio baroja o incluso a galdós en sus descripciones de madrid, muy bueno luisa.

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  12. Gracias, Voltios.
    Espero que hayas disfrutado de tu viaje a Viena. Qué cosas tengo... por supuesto que lo habrás pasado de miedo. Tendrás que ambientar algún relatillo por esos lares.

    La verdad es que me gustan mucho este tipo de relatos. Creo que si te sientes a gusto escribiéndolos algo bueno tiene que salir.

    Un beso muy fuerte.

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  13. Un buen homenaje para alguien que ha sido tan cercano y de quien has escuchado más de una historias de las que algún día nos harás partícipes. Son retazos de un Madrid, que bien podría ser de cualquier otro sitio, ya que el hambre y la astucia iban de la mano.
    Besos.

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  14. Sí, Resu. Todavía os haré partícipes de algunas historias más que me contó. La mejor memoria que puedo guardarle es esa, que sus anécdotas no se pierdan. Siempre vivirán en el papel.

    Gracias de corazón.

    Un beso fuerte, compi.

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