22 de marzo de 2013

Disidentes



 Hola a tod@s.

Todavía ando bastante liada. Se os echa de menos, majetes.
Os dejo con un relato de nueva hornada. Espero que lo disfrutéis.




Disidentes


Papa y mamá discuten de nuevo.
Ellos creen que estoy durmiendo, pero ¿cómo hacerlo? A través de la puerta cerrada me llegan sus voces. No gritan, pero no es necesario. Sé que están riñendo. Oigo sus reproches, sus contradicciones, sus frases lapidarias. Y durará horas. Se despellejarán vivos. Y no, no terminarán haciendo las paces en la cama como cuando yo era pequeña. Mamá dará por perdida la batalla y se marchará a dormir. Papá irá derecho al cuarto de invitados y se quedará desnucado con algún videojuego. Ella dice que no crecerá jamás, que está harta de vivir con Peter Pan; que no comparten nada. Él le recrimina que ya no es el hada buena de su cuento; es la jodida bruja del Oeste.
Son la noche y el día.
Pero yo sé que por eso están juntos. Se completan el uno al otro. El Yin y el Yang. Él todavía logra hacerla reír. Veo en el brillo de sus ojos que eso fue lo que más le gustó de él. Su buen humor y también su ternura. Era un romántico. Ahora, él es un extraño que ha fagocitado al amor de su vida. Papá exige que vuelva la chiquilla de la que se enamoró; aquella exótica criatura por la que respiraba cada día.
Todo tenía sentido por entonces.
Y es que esta maldita guerra encubierta, en la que se ha convertido la vida, los está matando.
Ella dice: «los que se aman no se hieren.»
Él responde: «contigo: caricias y putadas de amor, princesa.»
Y yo pienso que ambos arrastran demasiadas cicatrices, demasiadas treguas. Tantas como traiciones a sus pactos. Son dos soldados vencidos en una contienda interminable. Dos luces solitarias en un inmenso océano…
… Dos náufragos que ya no saben cómo amarse. 
  

© Luisa Ferro