Como Dios
Y
ahora viene el celador. Qué querrá el condenado. ¡Vaya una mierda de manicomio,
pero si no le dejan a uno ni mear a gusto! Sí, hombre, pues claro que te
acompaño. ¿Qué toca hoy? Ah, el loquero. Bueno, nos divertiremos un ratito para
variar.
—Buenos días, Manuel.
¿Qué tal estamos hoy? Siéntese por favor.
Obedezco cual borreguillo que ve en el bastón
del pastor algo más que un trozo de madera. Si se le tercia me manda doble ración
de Haloperidol, y no estoy por la labor. Me siento sin cruzar las piernas y sin
hacer gestos raros. Así le gusta a él.
—¿Dónde nos quedamos la
semana pasada?
Yo no respondo, para qué gastar saliva a lo
tonto si me va a salir con aquello de «cuénteme qué le motivó…»
—Ah, sí. Me contaba lo que
ocurrió con aquella vecina suya. Aquella que tenía tres niños. Bueno, pues si le
parece bien podríamos proseguir. Cuénteme qué le motivó a darle la «libertad». Fue
así como lo llamó, ¿no?
—Ya sabe usted que sí. Veamos, Miriam se sentía abrumada. Estaba harta de
sus hijos, de su marido, de su suegra y de su perro. Los quería mucho, de eso no
me cabe la menor duda, pero aun así la agobiaban hasta el punto de querer
quitarse de en medio. Yo lo sabía, como lo sé todo. Trabajaba en una fábrica de
condones. Era acosada por su jefe. Cuando le contó a su marido que quería dejar
el trabajo porque era incapaz de soportar aquello, él no se lo tomó nada bien.
Le dijo que era una vaga y una puta, y que se dejara de cuentos. Ella se
enfureció tanto, que con las cuchillas de afeitar se provocaba cortes en los
muslos. —Hago una pausa, para ver la cara de tonto que se
le queda—. En el informe pericial lo tiene usted escrito
en negrita. Creo que lo firma un tal Severino Fuentes.
Me mira perplejo. Eso me gusta.
—La autopsia —prodigo—,
reveló que fue violada el mismo día de su muerte. Que consumió drogas y
alcohol. Los análisis de ADN de las muestras no mostraron coincidencias con las tomadas a su marido ni tampoco con las mías. Si se tomaran la molestia de recoger
un escupitajo al malnacido de su feje, seguro que se asombrarían. Consulte usted con ese juez amigo suyo, ese que está punto de
jubilarse… Cienfuegos, se apellida. Háblelo con él este sábado en la fiesta que
da en su chalecito de la Moraleja. A ver si intercede. En nada que le diga que se
lo he pedido yo, no se negará a echarme un cable.
El careto que se le ha quedado no tiene
parangón. Le ofrezco un pañuelo de papel de la cajita que hay en su mesa. Más
que nada, para que no manche mi informe psiquiátrico de babas.
—Pero… Manuel… ¿me ha
espiado cuando hablaba por teléfono?
—Si solo va a decirme
eso… Mire, doctor, lo mejor sería que hiciera lo que le digo. Pero acabo de
caer en la cuenta de que le será del todo imposible. Usted morirá en cuanto acabe
su jornada aboral y ponga el pie en la calle. Será arrollado por un
descapotable rojo. Le diría la marca, pero no me pagan la publicidad.
Me mira atónito. Se ahueca el cuello de la
camisa con el índice. Está agobiado y pelín acojonado también. Tamborilea con
los dedos en la mesa. Ahora está pensando si encerrarme de por vida en el
cuarto acolchado o pasar de mí y seguir con los tres cuartos de hora que le
quedan de consulta. Optará por lo segundo.
—Volvamos a su vecina,
Manuel. Me ha contado que era muy desgraciada, ¿fue por eso que la mató?
—No, qué va. La maté
porque ella quería morir y no encontraba el valor necesario para rebanarse el
cuello. Simplemente la ayudé. Llámelo «suicidio asistido».
Vuelve a tamborilear sus dedos sobre la mesa. Se
cree que soy un listillo que quiere salvarse de la trena haciéndose el loco.
—¿Y no siente usted
remordimientos por haber quitado una vida? —dice muy filosófico él.
—A día de hoy, para nada.
Esa pobrecilla se merecía el cielo.
Ha enarcado las cejas. Está a un tris de cerrar
el cuaderno y echar el cierre al chiringuito con cualquier excusa.
—Vamos a ver, Manuel.
Entonces por qué quiso usted saltar desde aquel rascacielos si en realidad no
sentía remordimientos…
Lo miro como al imbécil que es.
—No da usted una,
caballero. Solo quería volar un ratito. A veces lo hago para descargar
tensiones. Mi trabajo es muy duro. Escuchar las súplicas de tanta gente me
colapsa. Se multiplican como conejos y no dejan de pedir y pedir… Todos quieren
algo. Nunca están contentos. He decidido dimitir. He creado a unos seres del
todo imbéciles. Siempre esperando un milagro a la vuelta de la esquina. Además,
solo se acuerdan de mí cuando me necesitan. Son unos egoístas. Por eso hace
años que hago oídos sordos… bueno, quien dice años dice siglos. ¡Allá se maten!
Solo intervengo en contadas ocasiones. Sobre todo si «no» me suplican. Miriam
jamás lo hizo.
Está mirando el reloj. Me va a decir que se
acabó mi tiempo. Que nos veremos la próxima semana… pero va dado. Tiene las horas contadas. Aunque no sé,
a lo mejor me apiado de él. Acaban de regalarle un libro de cuatrocientas
páginas sobre los cuidados de los tubérculos. Tiene un pequeño huerto. Lo mismo
me espero a que acabe de leerlo. Uf!, no sé, mejor le doy boleto. No me veo
repitiendo función.
—Bueno… pues se nos ha
acabado el tiempo. Hasta la semana que viene.
—Aquí estaré, doctor.
Ya veremos si el que falta
a la cita es usted.
Es la hora del patio otra vez. Qué bien. A
contar los apollardaos que cruzan hoy por mi zona de la valla. Mira, ya se las
pira el loquero. Va ojeando el dichoso libraco tuberculero. Y, ¡hala!, a cruzar
la carretera que te va. Y, qué casualidad, un descapotable rojo a toda pastilla…
¿Lo mato o no lo mato…?
—¡¡Doctor Serrano!! —le
grito.
Él se detiene y se gira. El coche le roza el
maletín y el libro vuela por los aires.
Le guiño un ojo con toda la socarronería del
mundo mientras me mira como un gilipuertas clavado al sitio.
Ahora, él sabe que yo sé.
© Luisa
Ferro
Luisa, es magnifico el relato. Te felicito y van...
ResponderEliminarNo me extraña que Dios se esconda o se ampare en un manicomio. Tiene las afueras llena de locos y así, en el patio, se siente a salvo. Aún así el queda tiempo para seguir jugando con nosotros, que en verdad no tenemos ni el cuerpo ni el ánimo para jueguecitos.
Te re-felicito.
Besos
Hola, Trini.
EliminarUna verdad como un templo. Creo que Dios, de existir, está más desamparado que nosotros mismos. No es de extrañar que se haga el loco y haya decidido dimitir. Pero sí, creo que aun así, no se cansará jamás de jugar con los mortales. Yo le veo como el abusón de un patio de parvularios. Un puñetero que se hace pasar por buenecito.
Re-gracias, maja.
Un beso muy fuerte.
Me ha encantado este Dios de los locos. Aunque, a decir verdad, hay más fuera que dentro.
ResponderEliminarQué bueno, Luisa. Genial el relato que perturba pero también divierte.
(Como pase el camión de Ciempozuelos haciendo redada, se llena. Ten cuidado, Luisa.)
Un abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.
PD: La orilla también existe.
Hola, Mos.
EliminarSi termina pasando el camión de Cienpozuelos, te advierto que tú también tendrás que andarte con ojo, jejejeje. Ni son todos los que están ni están todos los que son. Esta es una frase que suelo decir a menudo. Vamos, verídica total.;)
Ya sabes el humor negrillo que me gasto cuando se tercia. Me encanta dar libertad de lengua a mis personajes. Que ellos hablen lo que yo callo. Son inmensamente libres.
Ya, ya sé que la “Orilla de mis palabras” también existe y que te traes entre manos un excelente concurso literario. Ya he ido a verte, como suelo hacer siempre que actualizo mi blog.;)
Un requetebeso, compi.
Soy tu nº 150. Me gusta como escribes y el diseño de tu blog. Yo también soy proclive al Haloperidol, Tramadol, Rivotril…
ResponderEliminarSon relatos que dan mucha cancha y que guardan una gran dosis de humor.
Me encantaría que le echaras un vistazo a mi blog y si te gusta, te acomodaras en él. Saludos.
Ann@
http://annagenoves2012.blogspot.com.es/2012/10/clinex-de-usar-y-tirar.html
Hola, Ana.
EliminarGracias por tu visita. Sé bienvenida y acomódate.
Sí, las pirulas-calmavoces siempre son un buen recurso para dar rienda suelta a nuestras más oscuras pasiones.;) Dan mucho juego estos personajes ambiguos y desquiciantes. Creo que cuando dejamos que nuestros demonios escapen del saco, es cuando sacamos lo mejor de nosotros mismos a nivel escritura.
Buen blog el tuyo, Ana. Me gusta. :)
Un saludo.
Un relato muy bueno.
ResponderEliminarSaludos.
Hola, Jorge.
EliminarMe alegro que te haya gustado.
Muchas gracias por leerme y por dejar tu opinión.
Un saludo.
No sé que ha pasado con mi comentario. Se ha borrado. Repetimos.
ResponderEliminarEs genial el relato, Luisa. Me encanta ese sentido del humor socarrón del personaje.
Lo he leído con una sonrisa, pero también con algunos pelillos de la nuca erizados.
Qué efectivo, en todos los sentidos, ése "él sabe que yo sé"
Un abrazo, Luisa.
Hola, Tesa.
EliminarNo sé a los demás, pero a mí me encantan los personajes con ese toque sardónico que te mantiene en guardia mientras lees y que al terminar, jamás te dejan indiferente.
Me alegro de que lo que hayas disfrutado.
Un beso muy fuerte.
Luisa, la lectura de tu relato ha mantenido el umbral de mi atención 100%. La imagen de ese "Dios" pasota y un poco borde me ha encantado.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola, Gemelas.
EliminarLa verdad es que de existir Dios, no podría ser de otra manera. Hasta el gorro estará del libre albedrío que otorgó al hombre: siempre enredando y conspirando contra sus hermanitos, sin estarse quietecito, jejejeje.
Me ha encantado engancharte por un rato y que lo hayas pasado bien.;) Misión cumplida.
Un par de besos.