El reloj de la Puerta del Sol marcaba las doce. Hacía un día precioso.
El hombre subió las escaleras del metro y salió al exterior. Iba trajeado y llevaba un maletín de piel.
Con paso decidido se encaminó a la Plaza Mayor. Se hizo un hueco entre el nutrido grupo de dibujantes y turistas que la atestaban hasta detenerse frente al monumento a Felipe III. Se desabrochó la chaqueta y aflojó el nudo de su corbata. Dejó el maletín en el suelo, lo abrió y sacó del interior una pluma estilográfica.
Pluma en mano, realizó una reverencia de cortesía y extendió los brazos al frente con los ojos cerrados y la barbilla elevada, quedándose inmóvil como una estatua.
Algunos viandantes le miraron, pero sin prestarle demasiada atención.
Después de diez minutos, la mano que sostenía la estilográfica se movió en el aire con unos golpecitos secos que fueron creciendo en fuerza y velocidad. El gesto de su cara se transformó en un rictus de labios apretados. Movió la otra mano de igual modo. Al instante el cielo era una muralla de nubes grises que oscureció la ciudad.
Todos miraron al cielo sobrecogidos.
Sus manos efectuaron un tempo vivo que estremeció a los nubarrones y un rosario de relámpagos se desató de improviso. Le siguió un trueno ensordecedor. Luego otro y otro más, hasta que gruesas notas de lluvia irrumpieron, a un compás de cuatro tiempos, en una sinfonía inmisericorde.
La plaza se quedó vacía entre un tumulto de papel canson, carboncillos y caballetes patas arriba. Los soportales estaban repletos de gente, que alucinados, contemplaban al hombre bajo la cortina de agua. Cada uno de sus gestos era un compás perfecto lleno de emociones.
No hubo aplausos ni vítores cuando, cuarto de hora después, el improvisado director de nubes se detuvo con solemnidad y saludó al auditorio. A pesar de ello, él sonrió al cielo y éste se abrió en grandes claros. Guardó su estilográfica en el empapado maletín, lo cerró, colocó el nudo de su corbata y se recompuso la arruinada americana y, a paso firme, tal como había llegado, atravesó la plaza, desapareciendo por el Arco de Cuchilleros.
Copyright: Luisa Ferro
Foto sacada de Internet.
Se marchó, una vez ejecutada la húmeda sinfonía.
ResponderEliminarImagino la cara de la audiencia al verlo tan seguro de si mismo, tan metido en su papel de director de nubes.
Que bien suena el agua
Besos
No tenía parangón, Trini.
ResponderEliminarY es que no hay nada como la orquesta de la madre naturaleza. Si te fijas, cuando llueve es pura música.
Un beso.
Me ha encantado el relato.
ResponderEliminarComo dice Trini, que bien suena el agua!!!
Un beso
Gracias, Reina.
ResponderEliminarEl agua, la magia y la música están muy conectadas.
Un beso muy fuerte, guapa.
Me ha gustado este relato, me imagino esas nuves marcando el compás.
ResponderEliminarUn beso
Gracias, josefina.
ResponderEliminarMe alegro que te haya gustado y haya contribuido a despertar tu imaginación.
Un beso fuerte.
Melodiosa sinfonía que limpia el alma. Ya no sabemos apreciar lo que la naturaleza nos envía cuando las condiciones no son devastadoras, la incomodidad nos fastidia. Da que pensar.
ResponderEliminarUn beso nos vemos mañana.
Así es, Resu. Tú lo has dicho. Estamos llegando a un punto en esta sociedad que hasta queremos controlar a la naturaleza, pero ella es quién es; una diosa que, de vez en cuando, escupe en nuestros rostros cuando miramos hacia arriba con altivez(o si escupimos, nos devuelve el gargajo).
ResponderEliminarNos vemos luego, compi.
Un beso.
Hola
ResponderEliminarUn relato muy sorprendente. Muy bien escrito. Además, tiene gracia que yo he estado alguna vez en la Plaza Mayor de Madrid, y me pongo fácilmente en la situación. Genial del todo que salga del metro, haga lo que hace y luego se vaya tranquilamente atravesando el Arco de Cuchilleros.
Tengo una pregunta, ¿por qué el hombre del maletín usa una pluma estilográfica y no una batuta de director de orquesta? El detalle me ha llamado mucho la atención.
Un saludo.
Juan.
Gracias por tus palabras, Juan.
ResponderEliminarLa verdad es que es interesante conocer la Plaza Mayor para tener una total visión del relato. Es más fácil situarse, ya que yo no la he descrito para nada (no era importante para la función informativa, sino simplemente señalar al lector que es un espacio amplio y concurrido).
Curiosa tu pregunta. Una respuesta sería que no tiene batuta como tampoco lleva partitura ni atril. Otra, que la estilográfica es una analogía (algo así como buscar en la palabra escrita algo que está perdiéndose o está ya perdido… Valores que ya no parecen ser importantes, pero trasladado al mundo en el que vivimos), vamos, es difícil de explicar, pero está abierto al lector.
Un saludo.
Qué relato más chuli, Luisa. he estado allí, en primera fila, y he visto como el hombre del maletín pintaba la tormenta "perfecta". Genial :D
ResponderEliminarBesotes, guapa, y achuchones para Iron e Isolda :)
Potente orquesta ha dirigido. ¿No sería Zeus, camuflado entre los humanos de agresivo ejecutivo?
ResponderEliminarTambién hemos conocido la Plaza Mayor y has conseguido fácilmente que sintamos las gotas de lluvia caer en el empedrado y reconocer su sonido.
Un aplauso, Luisa. Besos.
Gracias, Mar.
ResponderEliminarMe ha gustado eso de “pintar la tormenta perfecta” es una magnífica manera de describirlo.
Les daré esos achuchones de tu parte. Tú a los tuyos de la mía.
Un beso fuerte.
Genelas, quién sabe…
ResponderEliminarLo bueno que tiene este micro es que da libertad a la hora de especular. Sitios, para algunos sumamente familiares, que tienen una tremenda historia detrás, pueden ser el escenario de historias increíbles nunca vistas. Mezclar realidad con ficción es un ejercicio estupendo que siempre sorprende en mayor o menor medida.
Un par de besos, majísimas.
LA verdad es que sí, que fue la tormenta perfecta: No hubo daños, no hubo desgracias ni sufrimientos. Sólo agua en estado puro; naturaleza húmeda ejerciendo su voz y su música. Y el maestro de ceremonias, genial.
ResponderEliminarBravo, bravo Luisa.
Un abrazo desde mi orilla.
Gracias, majete.
ResponderEliminarHago un saludo a esos bravos que también le sientan a mi espíritu.
A ver si tengo tiempo (hoy dudosísimo ) y os mando el ejercicio.
Un beso muy fuerte, Mos.
Qué imaginación y qué música celestial! El director de palabras haciendo música de lluvia!
ResponderEliminarMe ha encantado la explicación que has dado a Juan. Qué dominio del lenguaje... Me ha fascinado el relato y sobretodo que después de la tan necesaria lluvia, surgiera otra vez la luz del sol, que también tanto necesitamos...
Un Beso.
Con lo que a ti te gusta el sol, Marga.
ResponderEliminarCualquiera irrumpe con una tormenta en tu paseo.
Creo que si te vieras en una de estas, iba listo el director de nubes… je, je, je…
Me alegro que te haya gustado. Ya te lo leeré una de estos sábados.
Un beso muy fuerte.
¡Uixxxxx! y como me ha gustado ese relato. Menuda imaginación o eso se puede ver ... ono? solo en esa preciosa plaza , vaya tendré que acercarme para ver si lo encuentro
ResponderEliminarGracias, Isabel.
ResponderEliminarMe alegro que te haya gustado.
Quién sabe… a lo mejor está por ahí, bajo los soportales, esperando a que haga un sol radiante.
La Plaza Mayor es muy bonita. Aconsejo a todos su visita.
Un beso.
Orignal en extremo, el Director de Orquesta de Las Nubes. Mezclas escenarios existentes con imaginación del sujeto. Me enganchó desde la primera línea. Un saludo cordial.
ResponderEliminarGracias, Cuentera.
ResponderEliminarLo paso bien escribiendo estos relatillos. Me gusta jugar e involucrar al lector en mis historias. Lástima que no dispongo de mucho tiempo ultimamente, pero ya tengo preparados otros muy interesantes.
Un beso muy fuerte.
Me gusta. Cualquier acción en la vida hace parte de una sinfonía eterna. Un saludo.
ResponderEliminarYo también lo veo así, Oscar.
ResponderEliminarSeguramente la creación del universo fue un gran concierto de elementos que siguen en constante expansión.
Todos somos música.
Gracias por pasarte por aquí y dejar tu huella.
Un saludo.
Lo veo más como un escribidor de historias que como un director de orquesta.
ResponderEliminarÉl con su pluma al aíre crea una tormenta repentina con todos los elementos y cada uno de los que le observan siente de distinta manera lo que ocurre.
Luego, él se marcha, Cuchilleros abajo, sonriendo satisfecho...
Luisa, me encanta. Es muy visual y mágico.
Un abrazo,
Gracias, Tesa.
ResponderEliminarLo importante, fuera de quién es este misterioso personaje, es que la magia existe y es capaz de transportar a muchos lectores hasta la primera fila de ese escenario maravilloso que es un cuento.
Un beso muy fuerte.