Era así de peligroso:
escalar por las montañas de basura,
coronar los cerros heredados
de una memoria huérfana de madre
con una nutrida prole de hijos:
—muñecas tuertas, trastos viejos,
mangos de paraguas—.
Columpiarnos en los escombros
de las ruinas abandonadas.
Trepar por las paredes rotas,
por los huecos de sus ladrillos
como si quisiéramos arañar su mala sombra
y aquello no fuese —nunca más—
un quebranto de cascotes olvidados.
Era un juego.
Forjábamos espadas de madera
con las persianas partidas.
Con una piedra afilábamos sus puntas,
y se oía, como rumor a caballería de cartón,
nuestras voces de batalla en aquel descampado.
Luego, la rayuela, la lima o el destornillador
en el barro sin nombre de los ojos del suburbio,
donde amanecía a la tibieza de tahonas
demasiado acostumbradas a bocas tan hambrientas.
Después, ahuyentábamos a la realidad
contándole patrañas urbanas
y mirábamos fascinados
—desde ese mismo Cerro Basurero—,
los nidos de antenas en tejados de extrarradio.
Copyright: Luisa Fernández
Este poema me lo ha publicado PEPE PEREZA en su blog:
http://pepepereza.blogspot.com/
Muchas gracias, Pepe.
Foto extraída de Internet
Al final le diste vida a ese descampado de cosas reciclables yesa vida de poesía que torna a todas las cosas muertas en vivas y amables. Un abrazo
ResponderEliminarHola, Drac. Cuando somos niños cualquier cosa basta para jugar. Y es verdad que lo inanimado cobra vida. Nosotros no teníamos playstation, pero ni falta que hacía. Lo pasábamos genial con cuatro trastos y mucha imaginación y si queríamos darle a los “marcianitos” o la máquina del millón, nos íbamos al bar del Curro, que de paso solía poner buena música.
ResponderEliminarUn beso.
Muy bueno, me he podido imaginar lo que hacía con mis hermanas y amigas. Lo recuerdo con cariño y me da cierta rabia haber perdido esa inocencia.
ResponderEliminarGracias.
Un abrazo
Buenísimo. He viajado de golpe a la infancia.
ResponderEliminarMe encantaría publicar este poema en mi blog ¿Me dejas?
Besazo
Sé a qué te refieres, Ana. En cuanto una crece esa inocencia se va perdiendo. Todo cambia, se transforma al mismo tiempo que nuestros cuerpos. Esa magia de la niñez nos abandona, pero nos quedan los recuerdos. Esos nunca se hacen mayores.
ResponderEliminarUn beso muy fuerte, Ana.
Favor que usted me hace, caballero.
ResponderEliminarPor supuesto que tienes mi permiso, Pepe. Para mí sería un honor.
Muchas gracias.
Un besazo.
Es cierto: Cualquier cosa servía para jugar, para pasarlo bien con la pandilla, para pasar el tiempo e ir creciendo casi sin darnos cuenta.
ResponderEliminarDe cualquier basurero sacábamos mil tesoros y artilugios. La imaginación hacía el resto.
La edad de la inocencia colmaba nuestras ansias y nuestros sueños con escasos medios pero mucha complicidada.
Un abrazo de Mos desde la orilla.
Buen poema, Luisa.
Mira, Mos. La cosa era pasarlo bien. Recuerdo que cuando tiraban una mesa vieja (casi un milagro dada la crisis de entonces), era fiesta nacional en el barrio. Usábamos las patas de madera para jugar al béisbol, y teníamos competición para semanas. Mi hermano, gracias a eso, pasó a formar parte del equipo de béisbol “Los Piratas”, que por entonces eran unos crack en España. Son anécdotas.
ResponderEliminarJolín, parezco la momia de tutankamón recordando sus memorias... y no hace tanto, ¿eh?
Un beso muy fuerte, compi.
Como me ha recordado mis tiempos de la niñez, cualquier cacharro nos servia de juguete y es que la imaginación era un prodigio.
ResponderEliminarGracias Luisa por tus poemas tan cercanos y al mismo tiempo tan lejos.
Un besazo de Josefina
Luisa, con este poema te has superado, si es que eso era posible.
ResponderEliminarAsí éramos, en los diferentes paisajes que nos tocó vivir y, por qué no, disfrutar.
Magnifico de principio a fin.
Besos
Cuánto me alegro de que te haya traído buenos recuerdos, Josefina. De vez en cuando da gusto volver la vista a atrás y recordar momentos maravillosos. Ya veo que todos hemos jugado a lo mismo; a ser magos y dar vida a los cachivaches.
ResponderEliminarUn requetebeso.
Muchas gracias, Trini.
ResponderEliminarYa sabes que a veces una tiene dentro escenas de la infancia que se descuelgan con cualquier empujoncito y empiezan a balancearse lentamente, hasta que sin darte cuenta se están columpiando de nuevo en el corazón.
Un beso muy fuerte.
Hacer tinta con matacandiles y escribir con una pluma de gallina en viejos periódicos también tenía su encanto. Donde yo vivía no había tantos
ResponderEliminartrastos, pero sí dábamos rienda suelta a nuestra imaginacón con lo que estaba a nuestro alcance.
Muy poética tu visión de una vida con tantas carencias y sin embargo tan feliz en nuestra ignorante niñez. Un beso
Ya veo que érais ingeniosos. Ya de largo te viene lo de la escritura (qué bueno). Lo mejor de vivir en el extrarradio de una capital como Madrid era la cantidad de trastos que se acumulaban por los descampados. Siempre había tablas de buen ver con los que agenciarte un patinete de los de antes claro, en los que ibas sentada. Era una gozada.
ResponderEliminarUn besazo, compi. Qué buena la ignorancia de la niñez.
No se puede leer este poema sin viajar a la infancia, la mía menos urbana, de pueblo.
ResponderEliminarTambién hacíamos espada, a mí se me daba bien hacerlas y con ellas negociaba con los niños para irme a la batalla y no quedarme con mis amigas a hacer la comida con los cacharritos de aluminio.
A los botes de conserva del revés le hacíamos dos orifícios laterales por donde pasábamos una cuerda y eran unos temerarios zancos.
El río, las ranas, los grillos cautivos... los sonidos y los olores de la infancia.
"cigueña malagueña, tu casa se te quema, tus hijos se te van al río de San juan, escríbeles una carta, verás cómo volverán..."
cantábamos con el cuello estirado hacía el nido del campanario mientras las cigueñas llenaba el aire con su rítmico crotar.
Una gozada este poema tan evocador.
Muchos besos,
Bonita canción, Tesa. Vosotros también lo pasabais de miedo. A mí se me daba muy bien desbastar el filo de la espada con una piedra. Pero siempre tenía que discutir con todos los chicos porque querían que yo fuese la enfermera (recuerdo una lata de colacao llena de tiras de tela que hacían de vendas) y yo les decía que no, que quería luchar como ellos. Al final me salía con la mía. Fui la primera “defensa” del equipo de fútbol del barrio. Me lo gané cuando hicieron la selección de puestos. Qué le iba a hacer si no me gustaban las muñecas.
ResponderEliminarUn beso, majísima.