5 de junio de 2011

RELATOS PERTURBADORES


 


Hace bastantes meses que no subo un Relato Perturbador un poco más largo de lo que habitualmente suelo hacerlo.
Va siendo hora.
Espero que os guste.


CONFESORES


Desde primeras horas el office es un hervidero. Los carros de los desayunos hacen fila en el estrecho pasillo. Nos topamos unos con otros como bobaliconas ovejas que van al matadero mientras la voz autoritaria del matarife repta sinuosa por las paredes. Aquella voz: «Vamos, pandilla de arrastraos, que son más de las seis», es la que nos saca de la ensoñación estúpida que da la madrugada. Cuando aún no te has despejado del todo y las palabras, los ruidos, los olores, no llegan al cerebro porque todavía estás borracha de la polución nocturna de los sueños.
La voz te dice: «Despabila, que todavía te quedan diez viejitas por bañar», y es la misma que te sacude de las sienes las caricias del último hombre sobre la faz de la tierra. Bueno, tú quieres pensar que es el último, que tus pechos se caerán, que los verás vencidos como dos dunas exhaustas allá en el vasto desierto que era tu piel hasta que llegó él. Y que no te importará porque serán sus ojos octogenarios los únicos testigos de esa debacle. Y bañas a las ancianas como a tu amante, sin querer entregar al recuerdo las caricias prisioneras. Las secas tiernamente, con mimo. Dejas que resbale por su piel el aceite de bebés para que se sientan renacer, aunque lo único que les espere el resto del día sea la «caja tonta» recomendándoles, a buen volumen porque son sordas, que tiene que usar compresas con alas.
Y allí las plantas. Todas en fila. Igualito que flores de plástico que lo único que necesitan es que les quites el polvo y les digas lo rebonitas que están y lo bien que huelen, a pesar de que la colonia Nenuco sea lo menos identificable en el aire viciado, y hayas percibido que la señora viuda de Vázquez se ha hecho de las suyas justo cuando acabas de cambiarle el pañal.
Según la miras, la pobre, que no habla, sólo tartamudea de cuando en cuando, te lanza una mirada suplicante. Y te la llevas al cuarto de baño. Mejor una ducha que no la esponja. Es cuando te pilla la encargada fulminándote de una visual.
A su cuarto te ordena con voz de admonitora, nada de duchas. Y acuéstela, tiene mala cara.
Cambias de dirección y piensas: «otra más, que no verá la luz del amanecer», porque la encargada, esa mujer enjuta, tan poca cosa, que ves desparecer por el largo pasillo, es una gárgola. Fea, fea. Parece que llevara en la espalda una tremenda joroba con vida propia, que crece por días, por momentos. Está consumida y seca como una Banshee. Una agorera de la muerte, con el pelo flotando en el aire y sus colmillos afilados, gritando el nombre de la próxima difunta. Te pones a pensar en cuántas veces le has escuchado pronunciar la misma frase: «Tiene mala cara.», los raros intervalos en los que la luz ha parpadeado y un frío helador te ha atravesado el cuerpo. Te dices a ti misma que todo son casualidades. Tu imaginación. Que las viejitas tienen que morir tarde o temprano. Ley de vida. Pero es que ella no es una Banshee ni es el Ángel de la Muerte ni la Parca a secas. Ella oculta algo. No muestra su verdadera imagen al resto de los empleados que la creen hermosa por dentro y por fuera. Ella sabe que yo sé.

La señora Vázquez gorjea en su nido, limpia y perfumada. Es un pajarito. Un pequeño búho, toda ojos, que mira con esa curiosidad aplastante que tienen los niños. Es un polluelo despojado de plumas que pía su soledad, perdida entre las almohadas de su cama anatómica. A veces se me queda mirando tan fijamente que creo que quiere decirme algo. Algo muy importante. Yo le hago mil preguntas.
Almudena, ¿tenemos frío?, ¿hambre?, ¿pis?, ¿queremos dormir?, ¿leo su libro…?
Ella señala a la mesilla. «Mira ea…, mira ea…, mira ea», dice. Yo cojo Patero y yo y leo el primer capítulo. Eso la calma.
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera que se diría todo hecho de algodón, que no lleva huesos…
Se ha dormido.
Pero hoy es diferente. Hoy tiene una extraña zozobra. Señala la puerta con insistencia. Sus labios están cuarteados, las comisuras blancas. «Mira ea, mira ea,  mira ea». A lo mejor tiene razón la Gárgola y la señora Vázquez tiene mala cara.
Casi no me da tiempo a pensarlo porque la puerta se abre de par en par y entra ella como un remolino de aire desahuciado. Huele mal, a gamba echada a perder.
Reculo hasta la puerta. La cierra de golpe sin dejarme salir y echa el pestillo.
No se marche, señorita Marín. Voy a necesitarla. Siéntese, haga el favor.
Acerco una silla hasta la cabecera de la cama sin saber muy bien cuáles son sus intenciones. Me tiemblan las piernas.
Observo a la señora Vázquez. Sus ojos abiertos, expectantes, vidriosos, ofreciendo su mano a la Gárgola con una sonrisa indescifrable. Su gesto es apremiante.
Aquí estoy. Cuénteme, Almudena le pide la encargada.
Presencio atónita cómo convulsiona. Se retuerce y amorata. Sus manos se crispan. Y noto que algo clama por salir de su interior. Tiene los carrillos muy hinchados, llenos de aire.
Las luces parpadean, tiemblan.
La Gárgola aferra mi mano, yo intento zafarme; pero me obliga a mantener el contacto. Llega hasta mí una brisa, una luz, una mansa quietud. Cierro los ojos por unos segundos y oigo la voz de una niña pequeña. «Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo»*, dice.
Y me lo cuenta todo. Todo.
El rostro de la anciana irradia una paz sin nombre.
La señora Vázquez nos ha dejado me comunica la Gárgola con gesto sereno. Avise al médico de guardia.
Y sé que se ha marchado de este mundo sin la carga insoportable de sus pecados más oscuros.  

Por primera vez, contemplo a la Gárgola.
Es bella, profundamente hermosa.  

*Patero y yo, Juan Ramón Jiménez.


Copyright: Luisa Ferro.
Foto sacada de Internet.
    

20 comentarios:

  1. Luisa, me ha calado muy hondo tu estremecedor relato. He identificado y compartido con esa certera narración el retiro y reclusión de la vejez y he revivido mi experiencia con el final de mi anciana suegra, en similares circunstancias, aunque más angustiosas.
    El metafísico final del relato es extraordinario.

    Besos a pares.

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  2. Gemelas, por unas circunstancias o por otras, el sector sanitario me es muy familiar, y terminas escribiendo sobre ello. Los ancianos son parte fundamental de nuestra sociedad. Los admiro muchísimo. Y creo que siempre debería haber una señorita Marín, con más corazón que oficio, al lado de ellos a falta de aquellos que son su propia familia. En la mayoría de los casos sólo hay soledad.

    Gracias por vuestras palabras.
    Un par de besos muy fuertes.

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  3. Uf, LUisa, ES UN PLACER LEERTE, no he parado hasta el final... Pero, ¿qué le cuenta exactamente la abuelita? Quiero pensar que le habla de las "otras" banshees... las que no son tan feas, las del pelo de plata; en el fondo, no son Gárgolas o mensajeras de lo funesto... Son criaturas proféticas que ayudan a morir en paz...

    AQUÍ TE DEJO A UNA DE ELLAS...

    Oye, guapa, podrías publicar más como éstos... ¿Sabes que me encantan tus descripciones? Con la de la abuelita me he emocionado (soy muy llorona :))

    Muchos besotes para tí y para toda tu troupe peludita, jejeje...

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  4. Je, je, je, ¡qué Banshee más maja y requetesalá!

    Pues verás, Mar, no suelo colgar relatos que sobrepasen la media cuartilla porque la gente suele ir con prisas y prefieren cuentos más cortos. En este tipo de relatos puedes explayarte un poquito más con descripciones y otros recursos.

    Este relato iba a ir en una antología en papel. Me lo pidieron hace un par de años y todavía estoy esperando que lo publiquen… He querido colgarlo para que mis lectores tengan la oportunidad de leerlo porque creo que si espero a que salga la dichosa antología le van a crecer demasiados dientes a la Banshee buena de este cuento, je, je, je.

    Gracias, majísima.
    Un beso muy fuerte para ti y los tuyos.

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  5. En estos días ando más concienciada, si cabe, con la ancianidad y todo lo que ello, en estos tiempos de prisas(por llamarlos algo) conlleva.

    Quizá la señora Gárgola se aun ángelque blanquea el final de esta vida y da paso a otro lugar mejor, pero me inquieta, sinseramente, no me gustaría tenerla a mi lado en un momento tan delicado como ese.

    Tremenda es la vejez, Luisa y se ven cada casos...

    Besos

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  6. Tremenda es la vejez, Trini. Aunque hoy en día los ancianos pueden sobrellevar mejor sus dolencias físicas, el deterioro irreversible que padecen causa estragos. No es algo que llegue de golpe, va avanzando poco a poco y van asimilando sus mermas físicas y síquicas. Pero asusta verse deteriorado y, sobre todo, solo.

    Algo que no deberíamos olvidar nadie, es que todos llegamos a esa vejez (ni los lo permite la salud y el destino).

    Bueno, esto es un cuento, pero ya quisiera yo poder morir en paz cuando me llegue la hora, je, je, je.

    Un beso muy fuerte.

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  7. Más perturbador si cabe, Luisa. Debe ser por tratar el mundo de los ancianos recluidos en residencias que están un poco a lo que quieran hacer con ellos. Todos, si llegamos, pasaremos por esa etapa y será como volver a la niñez... Un poco como tu Almudena antes de ser requerida por esa Banshee- Gárgola-Muerte que le hace oír los textos de Platero de nuevo.

    Jó, perturba un montón. Da un poco de yuyu.

    Un abrazo desde mi orilla.

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  8. Mos, creo que en el fondo el miedo a envejecer nos encoje un poco. No por el hecho en sí, que es ley de vida, sino por lo que pueda ser de nosotros. Nadie quiere verse olvidado en una residencia, ni maltratado, o simplemente aparcado como un trasto viejo. Eso es en realidad lo que da yuyu.
    De cualquier modo, hay personas que envejecen estupendamente y pueden vivir solas hasta muy avanzada edad. Conozco algunas. Eso sí que es una maravilla.

    Un beso muy fuerte, compi. Espero que estés mejor.

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  9. Perturba y mucho, no sólo el relato en sí, sino la carga emocional que tiene detrás; porque el que más y el que menos ha pasado por tener que despedirse de algún ser querido que ha llegado su momento y es duro. El deterioro es inherente al ser humano por mucho que nos pese, aunque hay muchas formas de llegar si la vida te da ese respiro. Lo más importante es el calor de la familia y en su defecto una señorita Marín.
    Un besazo.

    Preciosa tu Shoumila, un beso y mi felicitación a Pandora.

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  10. Resu, así es. La carga emocional es fundamental en este relato. Es por eso que hay cuentos que tienen que ser un poco más largos. Lo necesitan para poder profundizar en los personajes y el mensaje que he querido trasmitir. Así lo que se consigue son varias lecturas. Ya sabes que en mis relatos siempre hay más de un mensaje. Uno más directo y los demás con más carga de profundidad. Bueno, eso es al menos lo que yo he querido trasmitir.

    Ya veremos lo que nos depara a nosotras la vejez, compi. Me da que soy de las de envejecer mal y a mala leche, je, je, je.

    Un beso muy fuerte, a ver si nos vemos este viernes.

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  11. Fascinante relato, Luisa! Me ha emocionado mucho.

    Qué pena la vida de los mayores impedidos.

    Menos mal que siempre habrá ángeles terrenales que cuiden de ellos y los protegan de demonios... Ayudar a vivir a estas edades, es ayudar a morir dignamente...

    Quien será esa "encargada" ángel o demonio?

    Besitos...

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  12. Gracias, Marga.
    Los ángeles nos hacen falta en cualquier momento, cuanto más en la vejez.
    No te preocupes, querida mía, te pondré el Dodotis llegado el momento,hermanita, je, je, je.

    Fuera de bromas, es muy necesario la compañía y el cariño de los nuestros para todo en la vida.
    Nosotras nos tenemos mutuamente.

    Un beso muy fuerte.

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  13. Un relato que me inquieta sobre manera, no por la muerte que no me espanta, sino por la vejez con deterioro, y las residencias que, aunque sé que algunas personas están bien en ellas y mejor cuidadas no quisiera verme en esa situación.


    Luisa, un texto genial, con buen ritmo, a mí no me ha parecido largo y con un lenguje muy cuidado, hoy que todo vale y se escribe de cualquier manera, es un placer leerte.

    Un abrazo, Luisa.

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  14. Gracias, Tesa.
    Creo que lo único que puede pedir un ser humano es envejecer con dignidad. Conozco algunas mujeres que tienen más de 80 años (ahí es nada) y todavía reciben a diario a su familia a comer y cuidan de sus nietos. Alucinada me quedo. Tal vez sea esa actividad las que las mantiene como si tuviesen cincuenta.
    A todos nos preocupa la vejez por lo que comentamos. Nadie quiere verse abandonado y mal cuidado. Sólo nos queda desear que no sea así.

    Un beso muy fuerte.

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  15. Hola Luisa

    Me ha gustado mucho este relato. Pintas muy bien como es tratar a personas muy mayores e impedidas. Mi abuela, la única que me queda, ya no puede valerse por si misma, y las descripciones que haces a través de la protagonista reflejan muy bien lo que es cuidar de personas que ya están en esta situación. Mi abuela apenas tiene consciencia... no reconoce a la gente... En fin.

    Interesante la pincelada de mitología celta que introduces en el relato, al citar a las banshees. Aunque esta tiene algo de espíritu redentor que éstas no tenían, aunque reconozco que no sé mucho de mitología celta. Pero no sé por qué, a mí me recuerda más a esos espíritus que a un ángel de la muerte.

    Un saludo.

    Juan

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  16. Lamento lo de tu abuela, Juan. Yo perdí a la mía hace cuatro años. La echo mucho de menos porque era una gran cuentacuentos.

    Las banshees son unos seres curiosos. La primera vez que leí algo relacionado con ellas, fue a través de una antología de relatos “Vosotros los que leéis aún estáis entre los vivos”, una edición de Javier Pérez Andújar. Y lo hice de la mano de Gertrude Henderson con un relato que salió en la revista ”Everybody´s Magazine” de 1901, titulado “La banshee emigrante”, el cual recomiendo de todas todas. Según dice esta escritora en su cuento, estas agoreras de la muerte se heredan junto con el apellido. Cada familia tiene la suya. Tienen su punto. Pero si lees bien mi relato la protagonista dice claramente que no es una banshee ni un ángel de la muerte. La Gárgola es una Confesora, como el título indica. Por otro lado nada que ver con las confesoras de “La Espada de la Verdad”, claro (por cierto: me encanta este libro).

    Un saludo.

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  17. Hola Luisa

    ¡Anda! Ya decía yo. Me había saltado el título. La "gárgola" es una especie de confesora, "algo" que ayuda a los mayores a irse en paz. Lo mejor del relato, precisamente, es que sea "algo" que no puedes identificar con ningún ser mitológico conocido.

    En realidad no decía exactamente que creyera que era una banshee, sólo que de entre las opciones que daba la narradora, era la que más próxima me parecía. De todos modos, jamás me fío de lo que dice un personaje, porque de los míos no te puedes fiar... hace años escribí un cuento en el que el narrador mentía hasta la penúltima página. Por eso no descarté ninguna de las opciones que la narradora descarta.

    Por cierto, me parece muy interesante esa antología que comentas y el relato de Gertrude Henderson. Yo sabía las banshees gritaban, pero lo de la asociación a una familia concreta no.

    Un saludo.

    Juan.

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  18. Juan, es verdad que algunos personajes mienten más que hablan. Es parte del juego,je,je,je. Sobre todo en tramas largas. Mis personajes suelen ser bastante honestos, claro; siempre desde su punto de vista. Ya sabes que no invariablemente lo que uno dice como cierto lo es para el resto. Pero también tengo a algún embustero que otro entre mis filas. Son la sal del caldo. A este personaje en concreto le puse Gárgola por llamarla de algún modo. Más que nada por lo fea que la ve la gente que no sabe de su don.

    La antología a la que me he referido es una maravilla. Tiene relatos de gente no muy conocida, pero buenísima en su género. Eugenio Noel, por ejemplo. Amelia B. Edwards, Leopoldo Lugones, Hermann Ungar, Silverio Lanza… Y otros de primera línea como Bécquer, Poe, Maupassant… Bueno, a mí me encantan todos ellos.

    Un saludo.

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  19. Un relato que dá que pensar. En la vejez, en los ancianos recluidos en residencias, en los cuidadores. No lo encontré especialmente perturbador, sino escrito con delicadeza el tema de la muerte. Bravo, Luisa. Tocas todos los palos realmente bien. A ver cuando te publican, este mundillo literario es injusto a veces. Un abrazo.

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  20. Cuentera, quienes me conocen saben el respeto tan grande que me merecen mis mayores. A algunos los considero verdaderos pozos del saber, a otros; niños metidos en cuerpos desgastados, pero niños hermosos como soles.
    Mi madre suele contarme una anécdota de cuando yo tenía cuatro o cinco años. Solía bajarme al parque para que jugara con los demás niños, pero curiosamente yo me iba hacia un grupo de ancianas que tomaban el sol en un banco mientras cosían o hacían ganchillo y me quedaba con ellas a diario. También, y de esto ya me acuerdo yo, solía irme a la hora de siesta, en verano, a casa de mi vecina Engracia, que por entonces tendría unos 70 años, a que me enseñara las cajas de recuerdos que tenía guardadas. Me contaba cantidad de historias y me enseñó a hacer ganchillo.

    No te preocupes, Idaluz, hay que tener esperanza. El día menos pensado pego el pelotazo, je, je, je.

    Un beso muy fuerte.

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