Hola a tod@s.
La gripe me ha dejado K.O unos
cuantos días. Hacía años que no se pasaba por mi casa, pero se ve que me tenía
ganas. Ya estoy un poco mejor y aprovecho para colgar uno de mis relatos
perturbadores, que ya va siendo hora. Ando enfrascada en una nueva hornada para
el blog, pero mientras tanto iremos abriendo boca con este.
Espero que os guste.
Confesores
Desde
primeras horas el office es un
hervidero. Los carros de los desayunos hacen fila en el estrecho pasillo. Nos
topamos unos con otros como ovejas que van al matadero mientras la voz
autoritaria del matarife repta sinuosa por las paredes.
Aquella voz: «Vamos, pandilla de arrastraos, que son más de las seis», es
la que nos saca de la ensoñación estúpida que da la madrugada. Cuando aún no te
has despejado del todo y las palabras, los ruidos, los olores, no llegan al
cerebro porque todavía estás borracha de la polución nocturna de los sueños.
La voz te dice: «Despabila, que te
quedan diez viejitas por bañar», y es la misma que te sacude de las sienes las
caricias del último hombre sobre la faz de la tierra. Bueno, tú quieres pensar
que es el definitivo, que estará tanto tiempo a tu lado que será testigo de
cómo tus pechos se caen igual que dos dunas exhaustas. Y que no te importará
porque serán sus ojos octogenarios los únicos testigos de esa debacle. Y bañas
a las ancianas como a tu amante, sin querer entregar al recuerdo esos instantes
tan preciosos. Las secas tiernamente, con mimo. Dejas que resbale por su piel
el aceite de bebés para que se sientan renacer, aunque lo único que les espere
el resto del día sea la «caja tonta» recomendándoles, a buen volumen porque son
sordas, que tienen que usar compresas con alas.
Y allí las plantas. Todas en fila. Igualito que
flores de plástico que lo único que necesitan es que les quites el polvo y les
digas lo rebonitas que están y lo bien que huelen, a pesar de que la colonia
Nenuco sea lo menos identificable en el aire viciado y hayas percibido que la
señora viuda de Vázquez se ha hecho de las suyas justo cuando acabas de
cambiarle el pañal.
Según la miras, la pobre, que no habla, sólo
tartamudea de cuando en cuando, te lanza una mirada suplicante. Y te la llevas
al cuarto de baño. Mejor una ducha que no la esponja. Es cuando te pilla la
encargada fulminándote de una visual.
—A su cuarto —te ordena con voz de admonitora—, nada de duchas. Y acuéstela, tiene mala cara.
Cambias de dirección y piensas: «otra que no
verá la luz del amanecer», porque la encargada, esa mujer enjuta, tan poca
cosa, que ves desaparecer por el largo pasillo, es una gárgola. Fea, fea. Parece
que llevara en la espalda una tremenda joroba con vida propia, que crece por
días, por momentos. Está consumida y seca como una Banshee; una agorera de la muerte, con el pelo flotando en el aire
y sus colmillos afilados, gritando el nombre de la próxima difunta. Te pones a
pensar en cuántas veces le has escuchado pronunciar la misma frase: «Tiene mala
cara», los raros intervalos en los que la luz ha parpadeado y un frío helador
te ha atravesado el cuerpo. Te dices a ti misma que todo son casualidades. Tu
imaginación. Que las viejitas tienen que morir tarde o temprano. Ley de vida.
Pero es que ella no es una Banshee ni
es el Ángel de la Muerte ni la Parca a secas. Ella oculta algo. No muestra su
verdadera imagen al resto de los empleados que la creen hermosa por dentro y
por fuera. Ella sabe que yo sé. Por eso me tiene enfilada.
La señora Vázquez gorjea en su nido, limpia y
perfumada. Es un pajarito. Un pequeño búho, toda ojos, que mira con esa
curiosidad aplastante que tienen los niños. Es un polluelo despojado de plumas
que pía su soledad, perdida entre las almohadas de su cama anatómica. A veces
se me queda mirando tan fijamente que creo que quiere decirme algo. Algo muy
importante. Yo le hago mil preguntas.
—Almudena, ¿tenemos
frío?, ¿hambre?, ¿pis?, ¿queremos dormir?, ¿leo su libro…?
Ella señala a la mesilla. «Mira ea…, mira ea…,
mira ea», dice. Yo cojo Platero y yo y
leo el primer capítulo. Eso la calma.
—Platero es pequeño,
peludo, suave; tan blando por fuera que se diría todo hecho de algodón, que no
lleva huesos…
Se ha dormido.
Pero hoy es diferente. Hoy tiene una extraña
zozobra. Señala la puerta con insistencia. Sus labios están cuarteados, las
comisuras blancas. «Mira ea, mira ea, mira ea». A lo mejor tiene razón la Gárgola y la señora Vázquez tiene
mala cara.
Casi no me da tiempo a pensarlo porque la puerta
se abre de par en par y entra ella como un remolino de aire desahuciado. Huele
mal, a gamba echada a perder.
Reculo hasta la puerta. La cierra de golpe sin
dejarme salir y echa el pestillo.
—No se marche, señorita
Marín. Voy a necesitarla. Siéntese, haga el favor.
Acerco una silla hasta la cabecera de la cama
sin saber muy bien cuáles son sus intenciones. Me tiemblan las piernas.
Observo a la señora Vázquez. Sus ojos abiertos,
expectantes, vidriosos, ofreciendo su mano a la Gárgola con una sonrisa indescifrable. Su gesto es apremiante.
—Aquí estoy. Cuénteme,
Almudena —le pide la encargada.
Presencio atónita, cómo convulsiona. Se retuerce
y amorata. Sus manos se crispan. Y noto que algo clama por salir de su
interior. Tiene los carrillos muy hinchados, llenos de aire.
Las luces parpadean, tiemblan.
La Gárgola
aferra mi mano, yo intento zafarme; pero me obliga a mantener el contacto.
Llega hasta mí una brisa, una luz, una mansa quietud. Cierro los ojos por unos
segundos y oigo la voz de una niña pequeña. «Tiene acero. Acero y plata de
luna, al mismo tiempo»*, dice.
Y me lo cuenta todo. Todo.
Después, el rostro de la anciana irradia una paz
sin nombre.
—La señora Vázquez nos ha
dejado —me comunica la Gárgola con gesto sereno—. Avise
al médico de guardia.
Y sé que se ha marchado de este mundo sin la
carga insoportable de sus pecados más oscuros.
Por primera vez, contemplo a la Gárgola.
Es bella, profundamente hermosa.
*Platero y yo, Juan Ramón Jiménez.
© Luisa Ferro
Hola
ResponderEliminarGenial el relato. Este se ha publicado en algún sitio, ¿verdad? Porque ya lo había leído.
Un saludo.
Juan.
Hola, Juan.
EliminarTienes una memoria envidiable.;) Sí, este relato lo publicaron en una revista hace varios años y después también en este mismo blog. He querido recuperarlo porque me encanta.
Gracias, me alegro que a ti también te guste.;)
Un saludo.
Un relato muy intenso!
ResponderEliminarSin dudarlo. Tengo que volver a leer Platero y yo; me has hecho que lo desee de nuevo!
Un abrazo.
PD: Espero que hayas mejorado de esa gripe. ¿Ves? Te ha pillado. este año nadie escapa de la voraz epidemia, je... Tenemos que hablar. Bsos!
Hola, José.
EliminarYa sabes; yo siempre con lo intenso.;)
Pues me alegro que te hayan dado ganas de leer de nuevo Platero y yo. He de reconocer que fue una de mis lecturas preferidas de niña. Me sé de memoria muchos párrafos, incluso páginas enteras. Todavía me acuerdo, jejejeje…
P.D: voy mejorando, pero la gripe me ha pillado porque estaba tomando un antibiótico (para mi dolencia del riñón) que me ha bajado los glóbulos blancos y me ha dejado sin defensas. A esto se suma las tres visitas al médico, cuya consulta estaba llena de griposos. Para no cogerla, si me he tirado en la sala de espera hora y media cada vez!! Estaba acorralada y sin escapatoria, jajajaja
Un abrazo.
Para que te consueles. Yo ayer me tiré otra hora y media en la consulta del reumatólogo. Desde que estuve en Berlín tengo un reuma en el hombro izquierdo que me vence. No parecía haber griposos, pero eso nunca se sabe hasta que la pillas...
EliminarBsos, cuídate.
Vengo del blog y de la mano de Josef, y a estas horas de la noche tu relato me ha resultado tan inquietante, tan perturbador, que creo que tardaré en dormirme. Hay frases muy hermosas, como esa que dice "un remolino de aire desahuciado". Es la primera vez que me paso por aquí pero, con tu permiso, volveré.
ResponderEliminarHola, Amparo.
EliminarGracias por tu visita. Eres bienvenida.
Ay…, pues espero que hayas dormido bien, Amparo, jejeje… Este relato está dentro del grupo de los “perturbadores cotidianos”, que yo los llamo. Muestran historias del día a día pero con un toque inquietante, que es el que rompe la cotidianidad haciendo que se erice, un pelín, el vello de la nuca.
Ya he visitado tus blog. Me han parecido geniales. Yo también volveré.
Un saludo.
Luisa, me alegro de que ya te sientas recuperada de tu gripe. Yo, de momento, me estoy salvando de ella.
ResponderEliminarEl relato es increíble, engancha desde el primer párrafo.
Hay que ver lo que engañan las apariencias!. No esperaba ese final que acaba rompiéndote los esquemas que te habías creado y te hace releerlo de nuevo para ver si encuentras alguna pista que obviada en la primera lectura.
Más!. Quiero más!.
Feliz fin de semana.
Besos.
Hola, Belén.
EliminarVoy despacito pero voy.;)
Hace un porrón de años que lo escribí, pero es de esos cuentos que sobreviven al tiempo. De esos que relees y siguen dejándote el mismo poso que el primer día.
Me encanta que hayas tenido que volver sobre tus pasos. Ya casi nadie se detiene a analizar los entresijos ocultos en un micro o en un relato. Las prisas acaban con todo, la gente anda tan pillada de tiempo que ni sabe lo que lee. Bueno, qué digo; ni lee a secas, solo hace que lee. Y, claro, así es imposible que pille “las miguitas de pan” que les has ido dejando; los giros y los enlaces que les has brindado. En una palabra: se pierde lo mejor, lo que el escritor ha pronunciado a “sotto voce” entre renglones. También se pierden la belleza de la estructura de un relato, sus frases hermosas y el juego en sí que supone un cuento. Ainsss, cada vez hay menos escuela lectora. Lo dicho, Belén: gracias por detenerte a encontrar las claves. Tú sí que vales, jejejeje…
Si quieres más, más tendrás!!
Buen finde a ti también, guapetona.
Besos.
Luisa, maestra, has hecho muy bien en rescatarlo y darlo a conocer a los nuevos seguidores.
ResponderEliminarEspero vernos pronto. Cuídate.
Un abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.
Hola, Mos.
EliminarLa verdad es que hay relatos que siempre rescataré del olvido. Siempre hay lectores nuevos que no los han leído.;)
En ello estoy, compi. Voy muy despacio. Esta gripe no se resigna a abandonarme. Me ha cogido cariño la muy jodía. A ver si podemos vernos pronto.;)
Un besote.
Vaya que si deja KO, mi hija la ha pasado hace unas semanas con fiebres altísimas y milagrosamente mis defensas "maternales" parecen que han resistido al contagio ufff!!! Cuídate mucho y a recuperarse.
ResponderEliminarTu relato si que ha traspasado mis defensas emocionales, cómo me ha perturbado esos fenómenos paranormales de esa gárgola y cómo nos has guiado desde la cotidianidad del geriátrico hasta el misterio de esa confesora. Un final que más de uno quisiera, frente a la soledad de la muerte.
Besos.
Hola, Gemelas.
EliminarYo me he tirado años sin un solo catarro, pero tengo que reconocer que no estoy en mi mejor momento en cuanto a defensas se refiere. Creo que no las tengo “maternizadas”, jejejeje. Las mías se han ido de farra y no se acuerdan de volver.;)
Toda la razón. La soledad ante la muerte es algo que nos viene dado. Nacemos y morimos solos, pero qué bueno debe de ser que alguien nos tienda una mano al morir, al igual que nos las tienden al nacer poniéndonos en los brazos amorosos de nuestras madres. Amor al nacer y al morir.
Un par de besos muy fuertes.
Hola compy, vaya racha que llevas!! A ver si sueltas ya que hay que tomarse un café, ponernos al día y quedar el viernes, que apetece.
ResponderEliminarPerturbador... ya lo creo. Los pelillos como alfileres. Lo recordaba y aún así, igual de impactante.
Al final te puede la lástima ante el inminente desenlace, pero sí, estoy de acuerdo en que la soledad frete a la muerte...No se desea a nadie.
Besos miles. Hablamos.
Hola, Resu.
EliminarYa tengo ganas de levantar cabeza, ya… Voy a tener que tomarme un reconstituyente de esos para caballos. Más que nada para poder terminar los relatos que tengo pendientes de entrega, porque con todo el cachondeo se me está acumulando el trabajo;)
Me alegro que a pesar de conocer ya el relato te haya removido esos pelillos, Resu.;) Bueno, creo que todos quisiéramos tener a una señorita Marín a nuestro lado cuando seamos viejecitas. Tiene una sensibilidad especial para tratar con las personas mayores.
Besos, compi. A ver si nos vemos y nos ponemos al día.